26 de mayo de 2011

Se levantó, me dijo "apúrate, que el tren se puede ir sin nosotros". Levante mi camisa del suelo, estaba húmeda por el frío del invierno, y la calenté en el calefactor, mientras ella, parada en frente del espejo, miraba su blusa y la abotonaba desde el medio hacia abajo.
Quizás no fue buena idea, me dijo, pero por lo menos estaremos relajados lejos del mundo, y podremos oler otro aire.
Mire sus ojos, le dije cuanto la amé, la amaba y que nunca la dejaría, cuando sus ojos se pusieron húmedos, cayó sentada en la cama, tapo sus ojos y sollozo, "sabes que esto no saldrá de mi", "si, lo se", respondí hacia mi, pero creo que ella me escucho. Tomo mi mano y me dijo que saldría todo mejor de lo que pensábamos, y que estaríamos juntos una eternidad. Lloramos juntos, mis lagrimas pesaban una tonelada, y mis mejillas estaban cubiertas de laminas trasparentes, duras y gruesas. Fue en ese momento cuando ella se levantó de la cama y se recostó en el suelo. Aun sentía sus labios tibios y rojos, y me recosté con ella.
Nos encontramos en un paraje viendo formas de nubes, pero no nos conocíamos.

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